lunes, 6 de julio de 2020

Problemática: ¿Es la universidad un espacio de participación para todos/as?




I) Planteamiento del problema


Hoy en día las palabras inclusión, equidad y acceso son cada vez son más escuchadas al hablar de educación y atención a la diversidad. Por esto, para poder entender mejor estos conceptos, es necesario partir por caracterizar la discapacidad en la educación superior

Discapacidad y Educación Superior


En Chile, el 20% de la población está en algún tipo de discapacidad, correspondientes a 2.606.914 personas (Servicio Nacional de la discapacidad [SENADIS], 2016). De estas, el 14% accede a la educación superior, ya sea en centro de formación técnica o universidad, y solo el 9,1% completa su educación superior (SENADIS, 2016), marcando diferencias significativas con el 24,4% de la población sin discapacidad que accede a la educación superior (SENADIS, 2016). Las principales barreras que explican esta diferencia están asociadas a la falta de políticas, las actitudes negativas, la falta de accesibilidad y financiamiento insuficiente (OMS, 2011).

Discapacidad e instituciones de educación superior


Según un estudio realizado por la División de Educación Superior (2017) del Ministerio de Educación, sólo 6 universidades estatales cuentan con unidades centralizadas que abordan la discapacidad. 

- Universidad de Atacama (ATA)
- Universidad de Valparaíso (UV)
- Universidad de Santiago (USACH)
- Universidad de Chile (UCH)
- Universidad de la Frontera (UFRO)
- Universidad de los Lagos (ULA). 

Estas instituciones han establecido programas que favorecen el acceso (principalmente becas y cupos), pero se han enfocado en menor medida en el acompañamiento a la trayectoria universitaria. Por otro lado, dentro de las iniciativas de universidades privadas , destaca el Programa para la Inclusión de Alumnos con Necesidades Especiales (Piane-UC) de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) por su avance en la temática, teniendo materiales de orientación para docentes en el trabajo con estudiantes con discapacidad..
¿Qué barreras se presentan en la atención a la diversidad?

Desde un marco general para la educación, recomendado por agentes internacionales como la UNESCO, para la atención a la diversidad se debe trabajar simultáneamente en 3 ejes de acción: políticas, prácticas y cultura educativa (Clavijo Castillo y Bautista-Cerro, 2020; Booth y Ainscow, 2000, 2002, 2004, 2006, 2011, 2015, citados en Valdés-Morales et. al., 2019).
Principalmente, hoy nos encontramos con que en nuestro país las políticas públicas dejan un marco difuso para la creación e implementación de programas inclusivos, por lo que cada Universidad termina implementando sus propios programas, sin una columna vertebral articuladora o sistema unificado que establezca el funcionamiento de programas de apoyo, infraestructura accesible, capacitación del profesorado, entre otras cosas (Rodriguez y Valenzuela, 2019). En la práctica, el resultado es que las Universidades se preocupan más que nada del acceso a la Universidad.

En Chile, los resultados sugieren que pese a la existencia de políticas de acceso y acompañamiento en distintas universidades chilenas, los/as estudiantes denuncian sentir una carga excesiva de asignaturas, falta de recursos materiales y tecnológicos, junto con dificultades para realizar las actividades sugeridas en clases (Salinas et. al., 2013). Estudios como este dan cuenta de que por más que las políticas intenten garantizar el acceso a la educación superior, es fundamental que en las comunidades educativas se genere una cultura inclusiva y las prácticas que la acompañen.

Un aspecto fundamental a tener en cuenta para poder desarrollar una cultura inclusiva y prácticas acordes a ella es la participación. La trayectoria y éxito universitario no son posibles de cumplir íntegramente sin una real participación, al entender que esta es el medio por el cual se construyen grupos y sociedades democráticas, integradas por ciudadanos responsables (Hart, 1993). Además, la participación sólo comienza con estar presente (acceso), pero debe incluir el involucramiento de todos los actores del espacio educativo en actividades conjuntas, alcanzando un sentido de identidad, de aceptación y autonomía de los sujetos (Booth y Ainscow, 2011). Para esto, se debe preparar a las instituciones educativas para atender la diversidad de su estudiantado, “sea en razón a sus orígenes, intereses, experiencias, conocimiento, capacidades o cualquier otra” (Booth y Ainscow, 2011, p. 13). 

Respecto a educación y discapacidad, el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI), señala que “uno de los factores de mayor influencia en la exclusión social de las personas con discapacidad ha sido (y es) el pobre nivel alcanzado en su acceso a la educación y a la formación. Sobre todo, al nivel superior del sistema educativo” (Gomez y Ornelas, 2018, p. 146). En resumidas cuentas, los/as estudiantes con discapacidad son excluidos en cuanto a capital humano refiere, viendo reducidas sus capacidades para aportar al desarrollo personal y social (Molina, 2010). De esta forma, es posible considerar que una inclusión efectiva va más allá de la inclusión educativa, en donde la participación junto con la inclusión social juegan un rol clave y son parte de un mismo continuo. 

En cuanto a la relación con el marco general del curso, podemos mencionar que nuestra investigación/trabajo se realizó en torno a prácticas educativas orientadas a la participación e inclusión de personas con discapacidad, desde un enfoque multisistémico, de derecho, con reconocimiento y atención a la diversidad, siempre acorde a los marcos de referencia que hoy en día guían la teoría y la práctica educacional en esta temática. 

Por lo anteriormente mencionado, la participación de los estudiantes con discapacidad en la educación superior se encuentra en tensión. Ante esto, cabe preguntarse ¿Cuáles son los elementos que facilitan la participación de estudiantes con discapacidad en el marco de una cultura inclusiva de la universidad?

¿Qué es la Cultura Inclusiva?


Según Booth y Ainscow (2011), la inclusión en educación pasa por “reducir la exclusión, la discriminación y las barreras para el aprendizaje y la participación” (p. 15) y “Reestructurar las culturas, las políticas y las prácticas para responder a la diversidad de alumnos que aprenden de modo que se valore a todos igualmente” (Booth y Ainscow (2011, p. 15). Si bien las políticas educativas son muy necesarias para avanzar hacia la inclusión, para garantizar un proceso exitoso se requiere consolidar una cultura y prácticas inclusivas (Bravo y Santos, 2019).


Se entiende que una inclusión efectiva de los/as estudiantes con discapacidad va más allá del acceso e involucra una participación real en sus comunidades educativas. Es decir, no solo se hacen necesarias políticas inclusivas sino que también es muy relevante la preparación y colaboración de los espacios educativos junto con la participación de todos sus actores. Esto se conoce como cultura inclusiva, la cual es “un elemento de identificación y comprensión de la inclusión: se puede reconocer una escuela inclusiva por la cultura que esta tenga” (Valdés-Morales et. al., 2019). Lejos de ser un objeto abstracto en los modelos, representa una de las tres dimensiones claves para el cambio educacional, junto a las políticas y las prácticas (Booth y Ainscow, 2000, 2002, 2004, 2006, 2011, 2015, citados en Valdés-Morales et. al, 2019), de manera que la cultura inclusiva es un indicador del éxito o fracaso en una institución cuyo objetivo es atender a la diversidad y generar una educación inclusiva (Rodríguez y Ossa, 2014, citado en Valdés-Morales et. al., 2019).


Por esto y mucho más, es posible decir que nos encontramos ante grandes desafíos para la atención a la diversidad en la educación, donde “transformar las políticas, la cultura y las prácticas de las Universidades para atender a la diversidad sigue constituyendo un reto para todos los actores implicados” (Clavijo Castillo y Bautista-Cerro, 2020).

¿Qué entendemos por participación?


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La participación es un sistema conceptual compuesto de tres dimensiones: al acceso, la colaboración y la diversidad (Black-Hawkins, Florian y Rouse, 2008). Comienza con estar allí, pero debe incluir el involucramiento de las personas en actividades conjuntas y su sentido de identidad, aceptación y autonomía (Booth y Ainscow, 2011). La participación se concreta cuando en el proceso de acceso a espacios colaborativos y actividades sociales existe reconocimiento de su identidad, bienestar personal (por ejemplo, la autoestima) y social (por ejemplo, relaciones de amistad y compañerismo) y, por lo tanto, no experimenta situaciones de maltrato, exclusión o aislamiento social (Echeita et al, 2009).

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